El Jubilado No. 55



Información picuda y activa contra mentalidades chatas y pasivas, publicada por un observador fantasmal en algún lugar oscuro de la cadavérica Delegación de Pensionados y Jubilados del STAUS.
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Pues ya estamos en noviembre, mes de las calacas, cráneos pelones y esqueletos rumberos, mes con olor a cempasúchil, a calaveritas de azúcar, a pan de muerto, a licor barato y cerveza fría. Mes en el que el ingenio nacional se expresa en altares y ofrendas, en versificaciones con aroma a retruécano, ironía, cotorreo de barrio, burla soterrada y acidez semántica. Como mexicanos, damos vida a la muerte y muerte a la vida tanto en un volado, en un juego de cartas o en una elección sindical o constitucional cada dos, tres o seis años, fieles a nuestra tradición de construir paradojas para luego vivirlas o morirlas.  

Como sindicalistas, luchamos desde las trincheras académicas por mejoras en salario, prestaciones y garantías que la ley establece y que el patrón concede con aires de magnanimidad autoaplaudible y fotogénica, que luego pasan a ser logros sindicales tras una intensa y denodada lucha verbal donde el golpe de calcetín se combina con la saliva que fluye en conferencias de prensa, arengas y consignas que se ensayan en asambleas y reuniones y se ponen en escena en marchas y plantones. La fuerza de la expresión verbal, escrita y mímica deja constancia de lo que pudo haber sido y no fue en la revisión contractual y en la mesa de las negociaciones, en las reuniones de emergencia y en las llamadas telefónicas donde la línea, el guion o la consigna celebran su opacidad y secrecía.   

Somos un pueblo y un sindicalismo conmemorativo, memorioso cuando conviene, distraído en defensa propia, habilidoso en hacer con la mano derecha lo que no sabrá la izquierda por más que las pongamos al frente y las mostremos cuando alguien amenaza con cuestionarnos; así pues, la honestidad, un valor supremo entre trabajadores organizados, requiere de dosificaciones prudentes en la tarea del acopio de capital político, de construcción de imagen, de cosecha de adeptos y de consolidación de clientelas e incondicionalidades, será por eso que la verdad no se puede soltar tal como es y se administra en cómodas parcialidades. Si no fuera así, jamás se hubiera votado mayoritariamente por aumentar la cuota al ISSSTESON y, en cambio, se hubiera luchado por no hacer cambios en los hechos en el convenio que tenemos con el Instituto en tanto las condiciones legales, operativas y de participación de los trabajadores en la Junta Directiva no cambiaran en favor de nuestros objetivos e intereses como sindicalistas democráticos y solidarios. Los polvos del IV Congreso General Resolutivo se acumulan y se deshacen en remolinos mientras llueve sobre la tumba de los acuerdos perdidos.

En nuestro medio morir es fácil, vivir es un reto cotidiano que transita por la apariencia, la simulación, la mentira descarada y la sebosa connivencia entre representantes de trabajadores y la más evasiva y torcida de las burocracias. Su buena relación es un valor que debe conservarse hasta la ignominia de la traición y el cachondeo más impúdico, de suerte que nos morimos en la raya… en la línea fronteriza que separa la dignidad como costumbre y la corrupción como incentivo de logros personales. En consecuencia, fallecemos, la palmamos, piramos, nos vamos a calacas, le entramos de mineros a dos metros bajo tierra y nos convertimos en muertos, occisos, cadáveres o difuntos, dependiendo del caso y posición social. Levantamos altares con guirnaldas y flores de papel de china, celebramos con mexicana alegría el triunfo del hueso sobre la carne, resucitamos el pasado, matamos el presente y añoramos el futuro como un fantasma que se sueña en el confuso y difuso escenario de la vida, tan lejos, tan cerca, tan evasivo, tan efímero … tan entrañablemente ajeno.

Dos de noviembre, la fecha en que los muertos se pueden hacer vivos.

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