El Jubilado No. 117


Información picuda y activa contra mentalidades chatas y pasivas, publicada por alguien que lo observa en algún discreto lugar en la periferia de la aún Delegación de Pensionados y Jubilados del STAUS.
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¡Uta, nos invade la nostalgia! Recordamos que hace años, muchos quizá, la gente no se sentía tan propiedad de tal o cual cacique sindical por el simple hecho de que no los había y el sindicato era un proyecto colectivo. Luchábamos contra el sindicato blanco SEMUS, no había EPA, ni tortibecas, ni la gente corría tras la zanahoria académica. No era relevante colgarse títulos y constancias y se valoraba al estudiante como sujeto en formación, no como cliente cuya atención está sujeta a horario y que toda consulta causa puntaje.

El sindicalismo era propositivo, académico, sensible y, gracias a eso se logró dar seguridad a los académicos estableciendo requisitos de ingreso, promoción y permanencia con el EPA, y la titularidad del CCT dio poder y certidumbre a la organización sindical.

La bronca inicia cuando alguien se apodera de algo sin que exista fiscalización; cuando los problemas se resuelven de manera personal y no en forma colectiva; cuando surge la tentación y los medios para sentarse en el Comité Ejecutivo y darle vuelta como funcionario, como asesor o como gurú en modo de permanencia voluntaria.

Tenemos personajes que parecen no tener fecha de caducidad, se toman por indispensables, inobjetables, infalibles, incuestionables y fundamentales para la existencia del sindicato. ¿Tras tantas luchas y esfuerzos terminamos siendo adoradores de un cabrón idolillo con pies de barro? ¿No podemos permitirnos renovar realmente los cuadros directivos, porque simplemente no los hay? ¿Tenemos por base a marionetas o mascotas guiadas por una lógica clientelar que permite sostener a tal o cual iluminado de pacotilla hasta que se le hinche el ombligo? De ser así, se puede afirmar que con el tiempo “arreglamos” al sindicato para convertirlo en una caricatura de sí mismo, y que ahora se forma con una pequeña fracción del Comité Ejecutivo y el padrón de agremiados no lo es del sindicato sino de tal o cual compañero tocado por la mano de Dios, guía, maestro y profeta, y con derecho de propiedad a salvo.

Al parecer, a la generalidad no le interesa el cambio sino la cómoda sensación de que las cosas seguirán igual, alentados por pequeños logros y grandes promesas, de suerte que cualquier oposición, disidencia u opinión divergente con tufo a pensamiento independiente, es vista con sospecha de sedición, problema, ruido y peligro. Es natural que sea así, porque las clientelas no van a permitir que deje de existir su proveedor de expectativas e ilusiones: aquí el poder de una promesa puede más que la misma realidad, como queda demostrado en el resultado de las últimas revisiones salariales y contractuales.

En este orden de ideas, no sería raro que el conservadurismo instalado en la mente y voluntad de los académicos nuevamente le dé el triunfo a la misma planilla con los mismos a la cabeza porque, como siempre, no han de faltar los que esperen resultados distintos con más de lo mismo. Pero también es probable que haya muchos que declaren su hartazgo a la hora de emitir su voto, libre y reservadamente, como es su derecho, y apoyen a la oposición. En el STAUS son necesarios los cazadores de dinosaurios.

Votar libremente, pensando en que los cambios siempre son necesarios y saludables para la democracia sindical sería una buena noticia para nuestra organización gremial. Nos merecemos saborear los aires de la renovación sindical, pero eso depende de una mayoría consciente y decidida a dar un paso al frente por el STAUS. Y usted ¿se va a animar a levantar la bandera del “sufragio efectivo y no reelección”?

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